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Parasite: ellos, nosotros y aquellos

Dirigida por Bong Joon-Ho

Una familia de desempleados pasa penurias en uno de los barrios pobres de Corea del Sur. Cuando el hijo mayor consigue un empleo como profesor particular en el hogar de una familia rica, los miembros restantes aprovecharán la ocasión para ingresar a trabajar en la misma casa. A pesar de algunos rasgos en común, la interacción entre ambas familias provocará consecuencias demoledoras en la vida de todos ellos.

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Quizás el denominador común de las películas más exitosas el año pasado haya sido el hecho de que todas hayan abordado sus temas a través de cierto antagonismo de clase en la construcción de sus personajes. Por ahí va Us de Jordan Peele y la lucha de una familia de clase media contra sus propios doppelgängers de clase baja que reclaman lo que es suyo, o la dupla de Rick Dalton y Cliff Booth en Once Upon a Time in Hollywood como las dos caras de una industria cultural que genera millones. También esta la historia de un obrero devenido a sicario y la relación de dependencia que éste tiene con sus patrones en The Irishman. Inclusive, podríamos afirmar que dicho antagonismo se encuentra también en el Joker y la lucha interna que termina por llevar a Arthur Fleck a un colapso mental y el posterior estallido social en Gotham City.

Sin embargo, es la genial Parasite de Bong Joon-Ho la película que aborda con mayor énfasis este recurso y de la manera más explícita posible, rozando por momentos cierto cliché para que no queden dudas sobre lo que el cineasta surcoreano nos esta hablando, y lo que las demás películas más arriba citadas también lo hicieron a su propia manera: la diferencia de clases, el choque de estatus, la dinámica que se produce entre personas con poderes adquisitivos diferentes y como nuestras aspiraciones sociales están determinadas sobre un contexto socioeconómico que determina nuestro lugar en el mundo.

Parasite, Bong Joon-Ho. 2019

En Corea del Sur también hay pobres. Algunos de ellos viven en casas-sótanos, como la familia Kim. Desde esa especie de subsuelo ellos observan todo lo que ocurre en su barrio, inclusive deben aguantarse el hecho de que los borrachos terminen orinando frente a su casa mientras ellos cenan. Los Kim no tienen perspectivas a futuro, todos están desempleados. Lo único que les queda es robar la señal del wifi de sus vecinos para ver tutoriales en youtube y de esa forma aprender a doblar cajas de pizzas para un restaurant que ni siquiera les quiere pagar lo que les corresponde. Inclusive dejan las ventanas abiertas para que su casa, atestada de insectos, sea fumigada gratuitamente.

En menos de quince minutos Bong nos deja claro que los Kim, están jodidos y peor aún, el único recurso de subsistencia con el que cuentan se basa en la viveza, la manipulación y el aprovechamiento de ciertas situaciones.

Una costumbre que abarca a toda la familia y que se devela cuando al hijo mayor se le ofrece un trabajo de profesor particular en la casa de una familia adinerada. El único problema es que Ki Woo no cuenta con ningún documento que lo avale en ese trabajo, su única experiencia académica fue haber reprobado cuatro veces el ingreso a la universidad pública. Sin embargo, con la ayuda de su hermana Ki-Jung, especialista en falsificar documentos gracias a su talento en diseño gráfico, el joven logra ir a presentarse ante la familia Park.

Parasite, Bong Joon-Ho. 2019

Con una composición familiar idéntica a los Kim, los Park cuenta con un estilo diametralmente opuesto. Ricos, aburguesados, despreocupados, carentes de toda simpatía y por momentos extremadamente ingenuos, los Park viven en un barrio de lujo en una casa que pertenecía a un reconocido arquitecto coreano. De la mano de Bong, no solo Ki Woo es el que arriba las calles de un barrio extraordinario y sube las escaleras hacia un mundo que siempre está oculto detrás de grandes murallas, sino es al propio espectador al que director pasea desde el subsuelo más olvidado a la perfecta simetría de una vida sin preocupaciones.

Ki Woo aprovecha su nueva condición para meter a su hermana como una falsa docente de arte en la casa de los Park, mientras que ella hace lo mismo con su padre, que se transforma en el nuevo chófer, hasta que al final éste también consigue meter a su esposa como la nueva ama de casa. De un golpazo, los días de austeridad han terminado para los Kim. Todos ellos entran a trabajar a la casa de los Park con identidades falsas y ocultando su parentesco. Los Kim manipulan a los Park y los van embaucando lentamente hasta posicionarse dentro de ese ambiente del que se aprovechan sin que les importe mucho sus métodos o las personas que se pongan en su camino.

Y en ese último detalle se encuentra una característica importante del film. A pesar del evidente choque de clases que existe entre ambas familias, Bong enfatiza en la manera salvaje en que los Kim se deshacen de otras personas, tan similares a ellos y que dependen también de los trabajos domésticos que ofrecen los Park. El relato, que parecía dirigirse hacia un discurso que subraye cierta lucha de clases entre ricos y pobres, se centra en la aspiración social de los Kim y como sus obstáculos son personas de su misma condición social. El triunfo total del capitalismo: la lucha sin descanso entre desposeídos por un empleo, un pedazo de la torta, un lugar de privilegio.

Parasite, Bong Joon-Ho. 2019

Este conflicto se profundizará aún más durante el desarrollo de la película y no quisiera develar más detalles por si todavía no la vieron y sin querer están leyendo este texto. Pero el relato cambiará sin previo aviso de la comedia dramática al horror, hasta llegar a un desenlace de proporciones inesperadas. Bong es un orfebre que juega con el ritmo y el espacio, provocando por momentos un desarrollo frenético y en otros, unas representaciones extraordinarias basadas en el uso del ralentí y la música barroca para graficar, como en una sinfonía visual, el absurdo de ciertas situaciones que se dan en la historia.

Parasite es una película repleta de metáforas, simbolismos y analogías. Desde el aroma corporal de un personaje hasta el poder catártico de la lluvia. Sin embargo, el más obvio de todos ellos quizás sea la enorme casa de los Park, esa enorme mansión que en sus entrañas esconde un secreto que remite al pasado sociopolítico del país. Un espacio físico que resume las aspiraciones sociales de todos los personajes y cuya lucha por ese derecho territorial se da sin tregua en su interior. El director coreano vuelve a utilizar los espacios físicos y geométricos como analogía de las clases sociales, como ya lo hizo en Snowpiercer. Sin embargo, en esta oportunidad con un tono mucho más claustrofóbico y pesimista.

Parasite, Bong Joon-Ho. 2019

En Parasite no hay villanos ni héroes y la evolución de cada personaje determinará su lugar en el mundo a través de sus acciones. El único monstruo, impertubable y que atraviesa la vida de todos ellos, es esa estructura social que permite que ciertas personas vivan de otros, se aprovechen y luego sean vomitadas sin ningún tipo de contemplaciones. Una simbiosis extraña que Bong lo retrata con mucho cinismo, pero también con una carga enorme de rabia y frustración. Si el espectador intenta determinar quien es el malo de la película, entrará en un juego inútil y posiblemente acabe interpelándose a si mismo sobre su propia idiosincrasia de clase.

La obra de Bong Joon-Ho es como un poliedro que abre una infinidad de comentarios y análisis. Sin embargo, lo concreto es que el cine del surcoreano se ha transformado en un género en si mismo. Un estilo extraordinario que acerca el cine de autor a un público masivo que esta vez ha caído en una ilusión que se esfuma en esa secuencia final cargada de pesimismo y sinceridad que deja un hueco en el alma. En Parasite no hay trampas, ni finales felices, solo un retrato brutal sobre la supervivencia social en los tiempos modernos y cuanto estamos dispuestos a hacer para mantenernos al otro lado de la muralla, ahí donde la lluvia parece ser hermosa y la calma, un privilegio imperturbable.