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Reseña: The Witch

Nueva Inglaterra, año 1630. Una familia de colonos cristianos es expulsada de su villa por motivos religiosos y se asienta en la cercanía de un bosque donde ocurren misteriosas actividades. El rapto de uno de sus hijos desencadenará una serie de hechos que pondrán a prueba la confianza familiar y sus propias creencias.

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The Witch es el primer largometraje de Robert Eggers, un tipo que hasta hace poco se dedicaba al diseño de producción y que con esta película consiguió ganar el premio a mejor director en el festival de Sundance el año pasado y más aún, meter miedo hasta la médula con una propuesta austera, sencilla y por momentos, macabra.

La historia se situa en los primeros años del colonialismo británico en tierras norteamericanas. La gran mayoría de los colonos que llegaban en esa época eran puritanos, de ascedencia calvinista, que huían de la inestabilidad política de Inglaterra y las persecuciones que sufrían por parte de la iglesia anglicana, institución religiosa oficial del Imperio bajo el mandato de Isabel I.

Eggers aprovecha esta circunstancia y nos presenta un ambiente en que el fundamentalismo religioso se enfrenta a una naturaleza inhóspita, dura y desconocida para sus nuevos habitantes. Malas cosechas, animales enfermos y desgracias familiares son atribuidos a castigos divinos por haber caído en el pecado. Sobre esta especie de autoflagelación la historia se dejará llevar por la paranoia y la angustia.

The Witch se basa en cuentos de hadas, relatos populares, escritos de brujería, diarios personales, periódicos de la época y registros de tribunales. La mayor parte del guión fue extraída de estas fuentes, lo que refleja el tipo de ambiente que se respiraba durante aquellos días y que llegaría a su punto de mayor auge en los juicios de Salem, en donde más de 200 personas fueron acusadas de brujería (mujeres, en su mayoría) de forma arbitraria y represiva.

Pero The Witch no es una película histórica. Ni en pedo. Es una obra que hurga en el miedo y la incomodidad del espectador. Te lastima y te demuestra la violencia reprimida que se esconde bajo nuestros dilemas morales, las mismas que nos descolocan en situaciones límites. Eggers no utiliza el terror o el suspense para entretenernos, sino más bien como una suerte de advertencia sobre el peligro del fanatismo, las falsas creencias religiosas y sus consecuencias.

Con una fotografía exquisitamente subexpuesta y una narración pausada, la historia progresa en un crescendo abrumador y sofocante. The Witch reiventa el miedo rural en cada una de sus secuencias, desde un simple paseo por el bosque para cazar conejos hasta una austera cena a la luz de las velas. El terror esta presente en todo momento, la amenaza es constante y en su poco más de 90 minutos la película no da tregua al espectador.

Para resaltar, la gran interpretación de todo el reparto, en especial la de los niños y la de Anna Taylor-Joy (Thomasin).  La estricta educación religiosa sumada a la gran capacidad de imaginación infantil, convertirá la historia en una sucesión de. desconfianza, hechos violentos y de autoculpabilidad en toda la familia.

Lo malo de la película quizá sea su incapacidad de llegar a un público masivo. Más allá de eso, The Witch es una de las mejores obras de terror en los últimos años, nos cuestiona sobre el origen de nuestros propios temores y elimina esa fina linea que existe entre lo que vemos y lo que creemos. En definitiva, una pequeña obra maestra.