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Desde Rusia con amor

La historia de uno de los juegos más universales de todos los tiempos

En Junio de 1984, Alexey Pajitnov tenía 28 años de edad y era un consagrado ingeniero del  Centro de Computación Dorodnitsyn, la más importante de Moscú. Sin embargo, cuando se encontró con un rompecabezas en un día de compras, no pudo reprimir el deseo de su niño interior y se lo llevó a casa, lleno de ansiedad. El juego era un pentominó, un cuadro formado por diversas piezas que tenía la intención de hacer enloquecer a cualquiera que desafié su básica premisa: armarlo de cualquier forma posible.

Durante esos días, la Unión Soviética no pasaba por un buen período. Eran tiempos de cambio, en donde la Perestroika impulsada por Gorbachov sería el último pataleo de un modelo que comenzaba a agonizar. Sin embargo, los soviéticos no se esperaban casi 70 años después de la revolución bolchevique, su caballo de troya estaría en la mente de un ingeniero y un simple videojuego que marcaría a toda una generación.

Todo era culpa del fanatismo de Pajitnov por los rompecabezas. El pentominó que había comprado lo obsesionó tanto que en su trabajo solo pensaba en llegar a casa y descifrar la forma de armarlo. Una manía que pudo explotar en su talento cuando en sus manos cayó una Electronika 60, una replica soviética de una PDP-11, una minicomputadora norteamericana que por la fragilidad de su sistema era copiado sin ningún problema en los países de Europa del este, especialmente Rusia.

Tratar de explicar como Alexey colocó un rompecabezas en un montón de metales y cables, sería estúpido. Sin embargo, todo el trabajo lo realizó en una sola tarde. Embobado por su experimento, Pajitnov debía bautizar con un nombre a su pequeña creación. A pesar de poseer una mente brillante, a la hora de elegir un nombre nuestro heróe soviético era un poco limitado y lo mejor que se le ocurrió fue combinar el prefijo tetra – que correspondía a las piezas del juego- con su deporte favorito, el tenis. Ni más ni menos, y casi por una casualidad, el tetris había nacido.

Rápidamente se hizo popular entre los colegas más cercanos de Alexey y comenzaba a enloquecer a sus primeros seguidores; ingenieros, desarrolladores informáticos, diseñadores y todo tipo de nerd que se cruzaba por la  Academia de Ciencias de la Unión Soviética, la más importante del país. El juego era tan exitoso que inclusive un chico de 16 años llamado Vadim Gerasimov, sorprendió a todos al pasar el sistema del juego a una computadora IBM. A partir de ahí todo iba a cambiar. El juego se haría popular en Hungría, en donde computadoras como Apple lo iban a incluir en sus sistemas.

Sin embargo, lo que parecía ser un éxito para Alexey Pajitnov, sus amigos y la Unión Soviética, se convirtió en una gigantesca confusión sobre los derechos de autor, la propiedad sobre el juego y el comienzo de sus numerosas versiones adaptadas a otros medios.

Alexey Pajitnov, creador del Tetris. Foto: Scott Sommerdorf

Todo se complica

En cada historia de éxito, e innovaciones tecnológicas, siempre aparece algún personaje avivado y sin escrúpulos que termina quedándose con la mejor parte, es casi inevitable que esto suceda. En el caso del tetris este papel recayó sobre un tipo llamado Robert Stein, dueño de una empresa llamada Andrómeda que durante una estancia en Hungría había visto el potencial del juego. Stein se comunicó con Pajitnov para comprar los derechos del juego, sin embargo se encontró con un pequeño problema. El Tetris no era propiedad de Alexey Pajitnov, sino del gobierno soviético. En medio de esa burocracia, a Stein no se le ocurrió nada mejor que robar los derechos del juego a partir de lo que había visto en Hungría e importarlo a Reino Unido.

Lejos de las garras del soviet general, y casi de manera clandestina, el tetris comenzaría su propagación  en Estados Unidos. Los yanquis lo editarían para versiones de PC, siendo una de las más conocidas la que se incluyó en uno de los primeros ordenadores Atari. El lema, Fabricado en Estados Unidos, creado en el extranjero, sería uno de los últimos guiños de la Guerra Fría.

La pelea por los derechos del Tetris se volvió una cuestión de estado, involucrando a más de seis empresas que reclamaban ser los dueños del juego. Los rusos trataron de negociar la patente original con sus competidores llevando a su país, en un viaje promocional, al mejor jugador estadounidense del momento, un tal Gerald Hicks; apadrinado a través de una organización llamada Elektronorgtechnica, la que contaba con los derechos originales del juego. Mientras todo esto sucedía, el Tetris se había convertido en un fenómeno de masas, llegando a ser popular en Europa, Estados Unidos y por supuesto Japón.

Atari vs Nintendo

La disyuntiva de elegir entre Atari o Nintendo es casi la misma cuando le preguntan a un niño si le quiere más a su mamá o a su papá. A finales de los 80s el Tetris se encontró con este dilema, las dos empresas querían explotar el productor de forma legal, pero en medio de la maraña  de contar o no con los derechos, la última palabra la tenían los soviéticos. El juego se había hecho popular a través de computadoras hogareñas, sin embargo el gran mercado para el tetris se encontraba en los ordenadores portátiles, las consolas de videojuegos y los juegos arcades.

En este punto del artículo y en la evolución de este videjuego, entra en acción una figura clave en el posicionamiento de Tetris como uno de los mejores productos de la historia. El tipo en sí se llama Henk Rogers, un empresario y diseñador de videojuegos que por pura casualidad vio el potencial de los ladrillitos en un exposición electrónica en Las Vegas. La idea de Rogers era realizar una versión para juegos portátiles y de arcade, y distribuirlas en Japón a través de Nintendo. El problemita era que en toda esa confusión por el copyright alguien ya lo había vendido a Atari, el acérrimo competidor de la marca japonesa.

Sin embargo, Rogers no se desanimó. Impaciente, se contacto con el supuesto dueño de los derechos del juego, Robert Stein. Para el británico, llegar a un acuerdo con Nintendo, sería ganar la lotería, el caso era que él no tenía poder sobre el juego y se limitó a dilatar las negociaciones con Rogers, hasta que el yanqui se dio cuenta de que el imperio de Stein era toda una farsa.  La única solución para Rogers y Nintendo era viajar hasta el centro del problema: La Unión Soviética.

En la tierra de los rusos Henk Rogers logró entablar una buena relación con Alexey Pajitnov, el responsable de todo este despelote. El creador del tetris se había hecho un buen amigo del yanqui, inclusive presionó a la Elektronorgtechnica – la organización con los derechos originales – a que venda los derechos a Rogers. La insistencia de Pajitnov y la paciencia del norteamericano rindieron sus frutos; los rusos eligieron a Nintendo, pusieron en orden la casa y dejaron fuera de juego a otras empresas, incluidas las de Robert Stein.

Con el tetris en su poder, Nintendo comenzó una ofensiva legal para sacar el mercado todas aquellas versiones cuyas licencias no eran válidas. Esta maniobra fue un duro golpe para Atari, que tuvo que retirar todos sus productos relacionados con tetris de las tiendas y conformarse a crear otras versiones del juego.

La primera edición del Game Boy salió al mercado en 1988. Sin embargo, pasó desapercibido para no decir que fue un fracaso. Pero para los japoneses esa primera versión había sido un experimento. Un años después volvieron al mercado y se pavoneaban frente a sus competidores con la primera versión de Tetris en un juego portátil. El producto se convertiría en un fenómeno sin precedentes logrando vender en su primer año más de 35 millones de copias. El Tetris se había convertido en un icono pop a principios de los 90s, como si fuera el grupo musical del momento.

Portada de la 1ra edición del Tetris Game Boy.

Sin embargo, la manía del juego no solo estaba enfocada en el producto de Nintendo. El tetris salió disparado por todo el mundo, llenando salones de juegos, ordenadores hogareños, consolas y máquinas arcade. Era un nuevo vicio. Sin darnos cuenta, la imagen de poner unas moneditas en una máquina, mover una palanca y pulsar unos botones se había vuelto tan corriente que el juego tuvo la habilidad de romper cierta brecha generacional, cuando un adulto compartía con un niño la obsesiva diversión de acomodar los ladrillitos.

La maleabilidad del Tetris es palpable en la actualidad. En un mundo que avanza a pasos agigantados y en el cual nos encontramos con una variedad inabarcable de juegos, muchos de estos de realidad virtual, el tetris ha sabido adaptarse a cada formato, posicionándose como uno de los más solicitados treinta años después de su aparición.

Tetris después del Tetris

En 1991 la Unión Soviética dejó de existir. Aquel momento fue aprovechado por Alexey Pajitnov para viajar y radicarse en los Estados Unidos. En ese lugar, Alexey pudo estar más cerca de su socio empresarial, Henk Rogers. Juntos compraron los derechos del juego y en 1996 crean la Tetris Company. Doce años después, y luego de un escabroso recorrido, el juego volvía con todos sus derechos a las manos de su creador.

A pesar de que para esa época el producto se había convertido en el videojuego más universal de todos, algunos heróes invisibles de su evolución no consiguieron sacar ninguna ganancia por sus aportes. Este es el caso de Vadim Gerasimov – ¿se acuerdan? – el pendejo de 16 años que trabaja con Pajitnov y pudo traspasar el rústico lenguaje del Tetris soviético a una IBM. En la actualidad, Vadim se gana la vida como un ingeniero de Google, sin embargo cuando logró lo que parecía impensado, solo se limitó a firmar unos papeles por órdenes de Pajitnov. En esos documentos, Gerasimov otorgaba todos los poderes comerciales a Pajitnov y renunciaba a cualquier gratificación económica.

Quizás por una especie de empatía hacia Gerasimov y hacer honor a su nombre, además de un afecto incompredido a la nostalgia, le dejamos para que descarguen la versión original del juego, creada por él y por Alexey Pajitnov. Es que al final de cuentas no hay mucho que decir y es lo único que importa, volver a reencontrarnos con ese momento de asombro y fascinación como lo hacíamos ayer.