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El Maldito Pop

El pequeño Stephen fue al patio trasero de su casa para jugar un instante, antes de que su madre lo llame de vuelta para el desayuno. Era un fresco día de otoño. El niño salió al jardín, entusiasmado, cuando se cruzó con una escena que iba a quedar grabada para siempre en su mente. Instintivamente pegó la vuelta y buscó a su madre para avisarle con mucha inocencia lo que vio, “Mami, hay un hombre colgado del árbol”. Ese hombre era su padre, Tom Evans. Ex guitarrista de una banda llamada Badfinger. La banda más desgraciada y mal parida en la historia del Pop.

Veinte años antes, a principios de la década de los 60s, a Tom Evans le agarró la fiebre del momento. Esa locura enfermiza de hacer música sin ser profesional, escribir sus propias canciones, ser exitoso con ellas y ganar mucho dinero para comprar un Aston Martin y tener una novia que siempre este lista a la hora del té. El ideal juvenil de la Swinging London, aquella efervescencia que estalló en mil colores y puso a Gran Bretaña en el centro de la movida cultural de los 60s. Los Beatles, Mary Quant, James Bond y la clase media con sus cocinas de colores pastel.

Esta algarabía rápidamente se expandió por todo el reino y llegó hasta Gales en donde la juventud la recibió con los brazos abiertos, niños malcriados con peinados mop top y prendas que imitaban los clásicos cortes de la Carnaby Street. Los varones ya no se vestían como sus padres y las mujeres se rebelaban ante las abuelas victorianas quienes trataban de inculcar las buenas costumbres a una muchedumbre de pequeños seres que se dejaban llevar por el frenesí de un música autóctona y original.

Fue en este ambiente que en Gales que se cuajó una banda llamada The Iveys formada por 3 muchachitos que querían subirse al carro de la Invasión Británica. A esta banda se uniría en 1967 Tom Evans como guitarrista, acompañando a Pete Ham (Guitarra), Ron Griffiths (Bajo) y Mark Gibbins (Batería). The Iveys, los “bitles” galeses comenzaron a curtirse en el circuito londinense a mediados de los 60s haciendo versiones de r&b, blues, soul y todo tipo de engendro musical que sonara en el dial británico. Los Iveys eran tan buenos y divertidos que rápidamente se desvirginaron en un estudio de grabación cuando audicionaron para Ray Davis, el líder los Kinks. Aquél primer paso iba a ser un amague al éxito que en el horizonte los estaba esperando.

 

Badfinger Boogie

Ese era el nombre original de la canción que John Lennon y Paul McCartney habían escrito para que la interprete Ringo en el monumental Sgt Pepper. Cuando Ringo se enteró de que el título era aquél mamotreto, se sorprendió y exigió a la dupla que lo cambie. Que el papel del bonachón de Ringo era ser el tonto del grupo, no implicaba que debía cantar una canción con un título de mierda. No. Después de todo, los Beatles estaban grabando un álbum para la posteridad. Así que John y Paul accedieron a la petición del baterista y lo renombraron a With A Little Help From My Friends y Ringo hizo honor al tema. Por su parte, Badfinger quedó como una idea goteando en un tintero para ser vendida en cualquier momento.

Mientras todo esto sucedía y los Beatles se embarcaban en un viaje trascendental a la India para encontrar una explicación de porqué no eran felices aún con tanto éxito, y dinero. Los Iveys eran los nuevos dueños del Marquee Club de Londres. El mismo lugar de donde habían salido los Rollings Stones y que había sido un antro vibrante de lo mejor de la escena británica de aquella época. En ese pequeño lugar los pequeños galeses se curtían bajo el sonido del R&B esperando a que aparezca una mano salvadora que los saque de ahí y los lleve a lo más alto del Top 40. Aquella mano salvadora no tardaría en llegar. Es más, era una mano enorme, peluda y con buenos contactos.

Mal Evans era un grandulón, torpe, con flequillos y patillas que siempre llevaba unas gafas a causa de su miopía. Él había visto tocar a The Iveys en enero de 1968, quedándose prendido por el talento de unos caras sucias que trataban de dejar atrás la pubertad. Lo malo era que Mal Evans no era un productor musical, un mánager o un empresario en busca de nuevos talentos, ni siquiera era un músico. Solo era un asiduo cliente del Marquee Club que tenía la mala suerte – ¿o la buena?- de ser roadie de los Beatles desde las primeras épocas. Y en 1968 que el roadie y amigo personal de los Beatles le eche un ojo a tu banda era mucho más importante de lo que pudiera decir algún gordo, charlatán y burgués mequetrefe de cualquier compañía discográfica en el mundo. A Mal Evans le encantaban los Iveys, y los galeses tenían la pilcha exacta para encajar en la maquinaria Beatle.

The Iveys. Portada de su primer álbum “Maybe Tomorrow”, 1969.

Así es como los Beatles volvieron de la India decepcionados del mantra y la dieta macrobiótica del Maharishi Mahesh Yogi, y se encontraron con varios demos de los Iveys distribuidos por Mal Evans. La insistencia del grandulón terminó convenciendo a los cuatros quienes estrenaron Apple Records -su nuevo capricho empresarial- firmando un contrato con los galeses. De esa forma los Iveys tenían el privilegio de ser la primera banda apadrinada por los Beatles, una bendición que caía redondita desde el aburrido y monótono cielo británico como una bonanza a los pies de unos niños inmaduros.

The Iveys entraron al estudio a mediados de 1968 y se foguearon con un desconocido Tony Visconti, quién años más tarde se convertiría en el productor fetiche del glam rock. La banda rápidamente fue despabilando toda su creatividad, cuya fuerza motora era alimentada por las composiciones de la dupla Ham-Evans y la sección rítmica encargada por Griffiths y Gibbins. El primer single que vomitó la fábrica de Apple fue Maybe Tomorrow, una canción que escaló en el top ten de muchos países europeos, pero que fracasó en el mercado británico. A finales de los 60s la juventud estaba saturada por el bombardeo de nuevas bandas que querían captar su atención y por supuesto, sus ahorros. Pero la competencia no se reducía a lo estrictamente comercial, además de eso, la mayoría de los grupos debían tener un criterio artístico propio que los diferencie en esa amalgama de nuevas bandas y estilos que comenzaban a florecer.

La relación de los Iveys con las tentáculos empresariales de los Beatles fue muy tibia al comienzo. Allen Klein, el empresario que había reemplazado a Brian Epstein al mando de los beatles se negó a distribuir la música de los galeses en muchas partes debido a las abultadas deudas de la compañía Beatle. Es por eso que a finales de los 60s muy pocos sabían de la existencia de los Iveys. Sus singles solo eran distribuidos en países como Japón, Italia y algunos pequeños países europeos. Para Apple era más importante sanear todo el despilfarro que los cuatros de liverpool habían provocado, antes que endeudarse más por el buen posicionamiento de sus artistas. A esto se le sumo la crítica de Ron Griffiths, bajista de la banda, que reclamaba mayor atención de la discográfica hacia su grupo. Reclamos que al final rindieron su fruto.

Paul McCartney había leído las declaraciones de Griffith y como viejo zorro del pop, vió la posibilidad de ceder algunas canciones a los Iveys, esos retazos musicales que quedaban descartados en las sesiones de los beatles, pero que tenían potencial para generar un nuevo hit. Aun así había que cambiar algo antes de eso, había una cosa más que no esta pegando: el nombre. Para el año 1969 hasta el nombre Beatle estaba más gastado que la suela de un zapato, Imagínence Los Iveys. Que nombre tonto. Así que en Apple empezaron a revolver viejas ideas como si fuera una tienda antigüedades y encontraron aquél título soso que Ringo había rechazado en las sesiones del Sgt Pepper: Bad Finger Boogie. Con la correcta actualización y un poco de barniz encima de la idea, el Boogie fue recortado y así quedó Badfinger. Con una canción de McCartney por grabar y ese nuevo nombre, no había duda de que los chicos de gales eran unos prefabricados por la realeza de liverpool con la intención de romper todo y salvar aquella catástrofe que empezaba a naufragar y se llamaba Apple Corps. ¿Badfinger, podía cargar con aquella presión?

En la víspera de la grabación con McCartney ninguno de los miembros de Badfinger pudo pegar el ojo. Es que en esa época Paul estaba comandando lo que sería Abbey Road, la última gran obra de los Fab Four. Además, todos conocían el carácter mandón, perfeccionista y soberbio del Beatle. Los galeses se sentían como unos monjes primerizos a punto de conocer a Buda Guatamah. Claro esta que con esa presión no se podía dormir. Pero ahí estaban ellos en los estudios Savile Row de Londres con Paul enseñándoles la canción y recalcándoles una y otra vez que copien todo como estaba originalmente. Según McCartney, no había duda de que Come and Get It era un hit hecho y derecho. Y así fue, el viejo Macca tenía razón. La canción entró al el top ten en los dos lados del atlántico, vendiendo más de un millón de copia. La crítica musical etiquetaría el estilo de los galeses como algo llamado powerpop. Un mejunje musical que rescataba lo mejor de la invasión británica y rechazaba todo virtuosismo para ofrecer algo directo y pegadizo. El mismo estilo de siempre pero con los amplificadores un poco más arriba. Ni más ni menos.

Pero el millón de copias vendidas supuso un costo para la banda. Se trataba de la partida del testarudo Ron Griffiths, el primero que no se iba adecuar a las exigencias de la escena musical y que además era el único miembro del grupo que ya contaba con una familia. Así que Ron intuyó lo que estaba por venir y colgó su bajo en una pared y se dedicó a cambiar pañales. Sayonara Ron. El que venía en su lugar era un tal Joey Molland. Un pendejo que luego de pasar por el coiffuire y comprarse una chaqueta de cuero se coló en la foto de Badfinger y se apoderó del lugar de Griffiths como si nada hubiera pasado. Con Pete Ham, Tom Evans, Mark Gibbins y ahora Joey Molland, la alineación clásica de Badfinger estaba lista para embriagarse con las mieles del éxito.

Badfinger. De izq a derecha: Tom Evans, Mike Gibbins, Joey Molland y Pete Ham. (Foto de Michael Putland/Getty Images)

70 – 72

Solo dos años. 24 meses. Quizás un poco más. Ese fue el periodo de gloria para los Badfinger. Un periplo musical que arrancó con la publicación de su primer Lp Magic Christian Music, un álbum que contenía en su mayor parte viejos clásicos de los Iveys y un par de nuevos temas con la nueva alineación. Un trabajo que puso la mirada del mundo musical sobre los galeses, cuyo talento iba a engranar un par de discos de gran calidad que los iba a llevar a compartir fiestas, giras y conciertos con la créme rockera de aquellos años.

Pero había un problemita. El ascenso de los niños mimados de Apple iba a coincidir con la desintegración definitiva de los Beatles, la banda que se encargó de ponerlos en el ojo de un huracán que estaba a punto de llegar. Con los Beatles separados, los Badfinger aún continuaron con Apple pero se quedaron sin el padrinazgo musical de los Fab Four que ahora iban a iniciar sus proyectos en solitarios y dejarían Apple en manos de terceros. A partir de ese momento, si los galeses caían en alguna desgracia debían acudir al mañoso Allen Klein, ese grandulón y embustero empresario que tenía a toda la maquinaria beatle en sus manos y que si fuera por él, vendería hasta a su madre por unos verdes.

Aún así a los Badfinger no les importaba mucho lo que estaba pasando a su alrededor. La consigna en esos días era un gran Carpe Diem elevada a la millonésima potencia. No había porque estar preocupados. Además, los Beatles, a pesar de estar encabronados entre ellos en, no se olvidaron de sus nuevos perros falderos. Así es como los galeses participaron en la grabación del primer álbum de George Harrison, All Things Must Pass, tocaron con Ringo Starr en uno de sus singles y también pudieron pavonearse de haber tocado en el Imagine de John Lennon. Con ese currículo musical, ¿de que podría preocuparse alguien?.

No Dice se llamó el segundo trabajo de Badfinger. En este álbum los galeses ya pudieron liberarse de la presión de tener que convencer al público y dejaron expresar a su creatividad en canciones como No Matter What, Midnight Caller o Without You, ¿se acuerdan de aquella empalagosa versión de Mariah Carey?. Bueno, no importa. El álbum resultó un éxito sin paragón para cualquier banda que haya salido de Gales e impulsó un largo tour por toda Norteamérica en donde el LP llegó a entrar al top ten de los más populares.

En ese disco que conjugaba potentes riff de guitarras, armonías equilibradas y baladas que tocaban los nervios más profundos de un dedo meñique, la canción por antonomasia era Without You. Una desgarradora balada que podría mover las fibras emocionales de cualquier cascarrabias. Rápidamente iba a tener una versión más serena y melosa interpretada por Harry Nilsson. Versión que iba a llegar a los primeros puestos de las listas e iba a sonar en todas las radios hasta el hartazgo. Y eso no estaba mal para los galeses, toda publicidad era bienvenida. Solo había un pequeño problema – ¿o gran?- ellos como dueños creativos de la canción no recibían un peso por su éxito. Tampoco por los derechos de autor que Nilsson utilizaba descaradamente. Algo extraño estaba pasando en el ambiente. ¿Era este el mundo que les habían prometido?

Con esta pregunta flotando en el aire y con los galeses llenos de incertidumbre, entra en la película un personaje nefasto para la banda. Un hijo de la gran-reputísima-madre llamado Stan Polley. Stan era un mánager de dudosa reputación. Inclusive sus propios clientes desconfiaban de él por algunos rumores que lo relacionaban con el crimen organizado. A unos ingenuos veinteañeros que tenían miedo de que alguien les cagará el negocio, aquellos rumores eran de poca importancia, así es como con los brazos abiertos, Stan era recibido en el mundo de Badfinger como nuevo mánager.

Rápidamente el trabajo de Stan se puso en marcha, saneando y organizando toda la economía de Badfinger. Momento que coincidió con el impulso creativo de los galeses que ya estaban por editar su 3era placa, Straight Up. Un álbum producido por George Harrison y Todd Rundgren. El LP que continuaba con la misma calidad musical de No Dice incluía clásicos como Baby Blue o Day After Day. Todo parecía ir de maravillas. Viento en popa. Ahora los galeses pensaban que iban a recuperar todo le perdido, pero no. No iba a ser así. Apple estaba quebrando. En esa situación no había mucho que hacer, la poca distribución del álbum por la compañía iba a provocar la poca difusión de la banda y unas ventas muy escasas. No había otra que rajar de ese lugar y buscar un nuevo rumbo.

Hola Warner

Bajo la batuta de Stan Polley los chicos de Badfinger cometieron la mayor estupidez de su carrera hasta ese momento: firmar con Warner antes de que su contrato con Apple llegará a su fin. Esta desesperada maniobra para salir de Apple y recibir algún adelanto monetario de la compañía norteamericana, provocó que la banda no pueda ver ningún dólar por mucho tiempo. Los galeses vivían por aquellos días en una habitación de mala muerte en el centro de Londres. La única paga que recibían era un mísero sueldo que Stan Polley les proveía para que no desaparezcan por completo. Poco a poco aquella imagen soñada del pop se convertía en una farsa montada en donde ellos eran los principales bufones.

En estas circunstancias entraron al estudio a grabar Ass el último álbum que iban a grabar con Apple y que iba a pasar desapercibido en todos lados. Un Lp para terminar todo lazo con la empresa beatle y que iba a posibilitar el paso a Warner, que según Polley les había prometido un contrato de 3 millones de dólares y un adelanto jugoso para salir de los apuros económicos en que estaban metidos, una mentira más grande que una casa a la cual, cayeron redonditos.

Stan Polley (con traje) mánager de los Badfinger.

 

Pero que podían hacer. Una vez más allí estaban los galeses en un estudio de grabación intentando hacer funcionar su producto. Su siguiente álbum, Badfinger. Era el primero que lanzaban con Warner y todo volvía a comenzar nuevamente, pero en el ambiente ya no había la misma atmósfera festiva que existía en Apple. Los cuatros sabían que el tren del éxito ya se le iba escapando de a poco. Así que las presiones y fricciones entre ellos empezaron a aflorar como una plaga que afectaba especialmente al ingenio creativo de la dupla Ham-Evans.

El álbum era bueno pero nunca terminó de convencer. El mercado había madurado y estaba embobado por los solos endiablados de Jimmy Page o el intelectual virtuosismo de bandas progresivas como Genesis o Pink Floyd. Para aquella escena los Badfinger eran unos tibios y tontos nenes de pecho que no llegaban a encajar por completo. Pero la misma historia volvía a repetirse en un interminable deja vú. Giras, dinero que nunca llegaba y largos periodos dentro del estudio, componiendo y rezando por una oportunidad que quizás, ya había pasado hace rato.

Bajó esta presión los muchachos vomitaban su segundo Lp para Warner, titulado Wish You Were Here. El trabajo fue bien recibido por la crítica pero que no volvió a llenar las expectativas de un público ajeno a su estilo. Eso fue el final. Aquella fue la última oportunidad por alcanzar algún éxito considerable y lo habían malgastado. Además todos los ojos fueron a parar sobre Stan Polley que de un día para otro había desaparecido sin previo aviso. Nada dramático si no fuera por el hecho de que Polley era el que había cobrado el contrato con Warner y los adelantos de cada uno de los Lps publicados, sin rendir cuentas a la banda ni a nadie más. Sencillamente, los había estafado.

Con Polley ilocalizable, los Badfinger se vieron en malos apuros económicos, tan mal que ni podían costear un abogado para denunciar la desgraciada estafa de su mánager. Pete Ham, guitarrista y líder de la banda era el más necesitado. A sus espaldas cargaba a una esposa y un hijo que vivían con él en una casa hipotecada. Aun así espero y espero a que Polley aparezca con alguna noticia. Pero no había caso, Stan los había dejado a su suerte. Pete se dejó consumir por una terrible depresión de la cual nunca más pudo salir. Se suicidio ahorcándose en el garaje de su casa, dejando en una nota un mensaje directo a su ex mánager: “Stan Polley es un bastardo sin alma. Me lo llevaré conmigo.”. Tenía 27 años.

Pete Ham en un actuación del grupo en 1973.

La muerte de Pete Ham destapó toda un drama shakesperiano en donde cada uno de los involucrados corrían de un lugar a otro buscando salvar el pellejo. El bajista Joey Molland dejaba la banda luego de un contrato secreto con Warner que no caería nada bien a su compañero Tom Evans. Además, se supo luego que Stan Polley tenía guardado un montón de dinero en un banco yanqui a nombre de Pete Ham, pero en donde el mánager figuraba como beneficiario. Como si fuera poco, el desgraciado !se había apoderado de los derechos de autor de Without You¡, que para esa época ya era una de las canciones más rentables de los 70s. Badfinger era una torta que se despedazaba en mil pedazos y que era digerida lentamente por los entresijos legales del mundo pop.

Del producto Badfinger ya no quedo nada por rescatar durante un buen tiempo. Su nombre era una nota oscura en el mundo de la música. Aun así, las necesidades económicas de sus integrantes eran más grandes que su tragedia. Una nueva formación de la agrupación volvió a la escena musical a finales de los 70s comandada estaba vez por la dupla Molland-Evans. El intento fue un fracasó que terminó dividiendo a los dos en distintos proyectos bajo el mismo nombre. Para comienzos de los 80s había ¡dos bandas con el nombre Badfinger!, un hecho inédito que fue llevado a la corte con una victoria legal para Joey Molland. El mismo tipo que se subió al tren de la banda a comienzos de los 70s y que relegó a Tom Evans al simple papel de bajista. Badfinger como banda o como lo que haya sido dejaba de existir.

Con la batalla legal por el producto Badfinger perdida, Tom Evans se dejó arrastrar por una gran depresión. Hasta que un día decidió poner fin a todo. Diez años antes andaba de gira y su grupo se codeaba con los mismísimos Beatles. Pero para el año 1983 era un total desconocido. Un músico derrotado con grandes cuentas que pagar. Eligió una fría madrugada de otoño para despedirse. Fue hasta su cochera, buscó una soga, salió al jardín, ató la soga por un árbol, se paró en una silla y se ahorcó sin ningún tipo de contemplaciones. En un pestañeo todo había terminado. Badfinger saldaba las cuentas con su propia tragedia.