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Una sesión con Carol

A mediados de los años cincuenta los bares de jazz en Los Ángeles eran mucho más que lugares para ir a escuchar música. Eran verdaderos espacios de pertenencia cultural. Ambientes que hacían desaparecer cualquier barrera racial y provocaban que la música sea un denominador común en una sociedad que, en otros ámbitos, se encontraba visiblemente fragmentada. En uno de esos bares aquella imagen era palpable. Un combo de jazz tenía la osadía de subir cada noche a una mujer blanca como guitarrista del grupo. Era una pueblerina de aspecto frágil, de cabello platinado y que usaba gafas. Apenas rozaba los veinte años y se curtía cada noche con aquellos músicos bohemios, alocados e impetuosos que fueron los músicos de jazz de esa época. Sin embargo, a ella ese trabajo no le parecía gran cosa. Lo vital era tocar música y hacer dinero, el resto no tenía importancia. La muchacha se llamaba Carol Kaye, una mujer que desde el anonimato sería una de las músicas más influyentes la música contemporanéa.

La historiografía músical – si es que existe una – es la más injusta de todas las historiografías. Es un monstruo bíblico manejado por los grandes medios, las corporaciones y la maleable morbosidad del público. Desde esos lugares siempre nos hicieron creer que el aporte de un artista o una banda estaba determinado por el impacto y la influencia mediática de sus tragedias personales. El aura místico, la amplificación de sus personajes a través de peleas, muertes por sobredosis, accidentes, asesinatos, estafas, orgías y demás experiencias dantescas que nos provocan una curiosidad insana de saber como sucedieron todas esas cosas. Esa misma historiografía, excesiva y grotesca, es la que se olvidó de Carol Kaye y otros grandes músicos de sesión.

Sin embargo, la historia de Carol no comienza en los bares de jazz de Los Ángeles, sino más al norte, en la ciudad de Everett, un pueblito perdido en el estado de Washington. Allí fue criada por un par de músicos amateurs. Su padre tocaba en bandas de jazz y su madre era una pianista profesional. Era la época en que las radios sonaban las big bands al estilo de Benny Goodman, ese género jovial y optimista que acompañaba a una norteamerica golpeada por la gran depresión. Las políticas públicas de Roosvelt comenzaban a producir pequeños cambios. Sin embargo, en Everett las opciones eran escasas. Ganarse la vida como músico era complicado para los padres de Carol y la familia tenía que soportar muchas penurias. El ambiente familiar no era tan acogedor y obligó a Carol buscarse una salida económica por sus propios medios. La jovencita trabajaba de niñera y realizaba labores domésticas en hogares ajenos.

A pesar de que los padres de Carol eran músicos profesionales no fue hasta un encuentro casual que la música, como vocación, despertaría en la niña un interés real. Carol se encontró un día con un vendedor ambulante que tenía una oferta muy tentadora: una guitarra usada por diez dólares. La viola era una steel guitar, un instrumento muy popular en aquellos tiempos – fines de los años 40 – utilizado por músicos de blues y country por su buena construcción y su bajo costo. La niña corrió hasta su casa y pidió a su madre que por favor la compre. Su madre de malas ganas accedió y la guitarra fue de Carol. A partir de ese momento todo iba a cambiar.

La curiosidad de Carol por su nueva afición coincidió con la separación de sus padres. Carol y su madre dejaron Everett y se instalaron en California. En ese lugar la jovencita estaba más cerca de la música e iba todos los días hasta Long Beach junto a un maestro llamado Howard Hachett. La primera tarea que el viejo le dio a Carol fue la aprenderse Tea For Two, un viejo estándar de jazz para nada simple. La jovencita lo aprendió casi en el acto. Tres meses después, Howard le preguntó a Carol si no quería dar clases con él y ganar algo de dinero. La muchacha acepto sin dudarlo. Tenía solo 15 años.

Carol Kaye tocando un Epiphone Hollowbody. Abril, 1966.

Con Howard se encargaba de dar clases particulares y tenía la habilidad de transcribir cualquier tipo de música al papel. Con esta virtud comenzó a escribir sus primeros libros de teoría musical que eran comercializados entre el pequeño círculo de sus estudiantes. Carol enfocaba sus enseñanzas en dos instrumentos particulares: la guitarra y el bajo. Sería sin embargo en este último en donde Carol ampliaría sus conocimientos y formaría toda su leyenda.

La chica del estudio

Cuando llegaron los años 50s Carol decidió que era momento de aplicar todo el conocimiento adquirido con Hachett y sus clases de música. La joven se unió a un grupo de jazz como guitarrista y empezó a dar sus primeros conciertos. Contrajó matrimonio con uno de los bajistas del grupo y tuvo dos hijos para luego divorciarse repentinamente. Carol contaba con apenas 22 años, y en aquellas circunstancias, la música era la única salida económica que tenía. Los bares de jazz en Los Ángeles se presentaban como una gran oportunidad para hacer dinero y pensar en un futuro mejor para su familia. En aquél momento esa era la única opción.

El crecimiento musical de Carol coincidió con el último periódo del jazz como fenómeno popular. El rock and roll no tardaría en entrar en escena y la demanda del público obligaría a los bares a ceder ante el nuevo género. Además, el jazz se dispersaba en diversas propuestas en sus formas. Del frénetico virtuosismo del bebop liderado por Parker y Gillespie a finales de los 40s, en Los Ángeles el ambiente jazzístico se decantaba por nuevas formas más relajadas y orquestales. Subgéneros como el cool jazz eran de gran aceptación entre el público californiano, en especial entre la gente blanca. Es más, los músicos más importantes de aquella escena eran de raza blanca, como el caso de Gerry Mulligan o Dave Brubeck.

Fue en este ambiente en que Carol Kaye se curtió como guitarrista y bajista. A pesar de su juventud, era  reconocida en el ambiente y era solicitada por diversos combo de jazz a lor largo de Los Ángeles. Una de sus colaboraciones más importantes durante esa época fue la que realizó en la banda de Teddy Edwards, un saxofonista de gran éxito en los bares afroamericanos y que cada noche impresionaba a su público al tener a una joven rubia en la guitarra que los dejaba boquiabiertos.

Durante una de esas noches, Carol fue contactada por Bumps Blackwell. El tipo era un músico de jazz que había tocado en una banda con Ray Charles y Quincy Jones años atrás, pero lo más importante de todo era  que durante esos días era el mánager de uno de los artistas del momento: Little Richards. Bumps fue uno de los primeros músicos de jazz que visionó el impacto del rock and roll. Esa noche se presentó a Carol y le ofreció trabajar en una grabación para uno de sus músicos. Carol dudó un largo rato y al final aceptó la propuesta. Aquella primera experiencia sería la de tocar la guitarra en un tema de Sam Cooke.

En los comienzos del rock, era común que la mayoría de los músicos de sesión provenieran del jazz. Estos tenían una mayor preparación que los incipientes rockeros y además, poseían la virtud de adaptarse a cualquier estilo. Desde una pieza frenética hasta baladas edulcoradas de consumo popular. Para Carol era puro trámite. Acordes simples, rápidos y repetitivos. El mejor ejemplo de esa época es su aporte tocando la guitarra en un “desconocido” tema de Ritchie Valens: La Bamba. ¿Cuántas veces habremos tarareado la canción sin saber que la guitarra lo tocaba una chica de 22 años?. Sin dudas, hasta el hartazgo.

Carol en una de las más de diez mil sesiones en las que participó. Circa 1970

A comienzos de los años 60s Carol era cada vez más asidua en los estudios de grabación. La industría músical era muy diferente a lo que es hoy en día. Cada discográfica era una pequeña fábrica con sus propios departamentos creativos. Más allá de las estrellas juveniles del momento y las tendencias que cada uno imponía a través de los medios, musicalmente los que hacían el trabajo sucio eran las duplas compositivas como las de Jerry Lieber y Mike Stoller o músicos de sesión que, desde el anonimato, se encargaban de crear hits como si fueran pequeñas golosinas. Una parte de estos músicos se agruparon en una banda que se conoció como The Wrecking Crew. Esta asociación de músicos, creados en su momento por Phil Spector, acompañaban todo tipo de proyecto musical que apareciera en los planes. Desde tocar con Frank Sinatra hasta crear bandas sonoras para películas. Toda una maquinaria talentosa que tenía su base en los estudios Gold Star, en Hollywood.

Carol ingresó a la Wrecking Crew casi por casualidad. Un día un bajista no apareció a una sesión de grabación y llamaron a la joven de urgencia. Carol volvió a sorprender esa vez. No solo era una buena guitarrista, sino que también tenía el mismo talento con el bajo. Con el tiempo elegiría este instrumento por varios factores. El primero de ellos era la de ahorra tiempo y espacio. Moverse de un estudio a otro con varios instrumentos y amplificadores producía muchos contratiempos. Carol simplificó esto eligiendo al bajo como compañero. Además, otro factor importante era el económico. Con el bajo Carol tenía más salida laboral, ya que en la sección ritmíca de las orquestas no existían personas tan calificadas como ella y menos aún, mujeres.

De un momento al otro Carol Kaye se convirtió en la James Jameson de los músicos blancos. Si Jameson era un monje negro detrás de los clásicos de la Motown Records, Carol era su antítesis en los estudios Gold Star. Esto es palpable en varios clásicos inolvidables en lo que Carol intervino como Then He Kissed Me de los Crystals, la inconfundible Needles and Pins de Jackie De Shannon o la enigmática You’ve Lost That Lovin’ Feeling de los Righteous Brothers. La lista es interminable (ver playlist más arriba).

The Beach Girl

Para mediados de los años 60s Carol Kaye era la bajista de sesión más solicitada de la escena. Y una de las bandas que más recurría a la ayuda de Kaye eran los Beach Boys, con quienes Carol forjó una relación musical muy exitosa aportando su talento en varios éxitos de la banda. Mimada por Brian Wilson, quien afirmaba que la joven era “la mejor bajista del mundo”, Carol se convertiría en una pieza importante en la creación de Pet Sounds, la obra maestra ideada por Wilson y que conmocionaría a la escena musical de los años sesenta. El líder creativo de los Beach Boys se encontraba recluido, paranoíco y con una lucidez artística incuestionable. Hartó de la dirección musical de su banda decidió cambiarlo todo. Sin embargo, sus compañeros de banda no supieron asimilar sus ideas al punto de que sus aportes se limitaron únicamente a las partes vocales. Para el resto Wilson debía a recurrir a su propio talento y al de algunos músicos de sesión. En esas circunstancias Carol era un puesto fijo.

El aporte de la bajista es palpable en todo el álbum. Si antes su trabajo no era tan llamativo, cumpliendo con precisión lo que se le pedía, en Pet Sounds todo cambia. El proceso creativo que imponía Wilson permitía a los músicos de sesión una mayor libertad a la hora de innovar o adaptar las canciones a su propio estilo. En el caso de Carol queda clara su influencia en canciones como Wouldn’t It Be Nice, Here Today y especialmente Sloop John B.

Es bien conocida la devoción cuasi-religiosa de Paul McCartney por Pet Sounds. El ex beatle siempre destacó al álbum de los Beach Boys como la influencia más importante a la hora de crear el Sgt Pepper. Y cuando se le preguntó a Paul lo que más admiraba del disco respondió “Lo que realmente me llamó la atención, y tomar notas, fueron las lineas de bajo. Y también la forma en que las melodías estaban puestas en el bajo”. No esta claro si McCartney alguna vez supo quien era la responsable de todo ese trabajo, o si Brian Wilson alguna vez le comentó el nombre de su bajista. Por cualquier dudas, alguien debería pasarle el número de Carol al ex beatle.

Con un bajo eléctrico en un estudio de grabación en Los Ángeles. Circa 1965.

Sin embargo, Los Beach Boys no era la única banda con la que Carol tocaba. Para mediados de los años 60s se había convertido en una bajista estable para varios artistas como Simon and Garfunkel, Paul Revere, The Monkees, Love, Nancy Sinatra y Frank Zappa. California ebullía con el verano del amor y gran parte de su banda sonora tenía la impronta de Carol Kaye, a quien la escena rockera no le impresionaba ni en lo mínimo al punto de afirmar que “Era como lavar platos. Se hacía lo misma cosa una y otra vez”.

Además, la influencia de Carol no se limitaba a la creación de éxitos pop. Al mismo tiempo en que trabajaba con músicos tan renombrados como Paul Simon, Brian Wilson o Arthur Lee, también lo hacía bajo la dirección de compositores de la talla Lalo Schifrin, John Williams o Harry Mancini. El aporte de Kaye en la composición para bandas sonoras de películas y series de televisión es tan extensa como su trayectoria en el mundillo pop. Películas como M.A.S.H. o series televisivas como The Family Adams, Bonanza o Hawaii Five-O, llevaban en sus créditos el nombre de la bajista. Pero de entre todos esos trabajos el más éxitoso fue la composición para el tema central de Mission Imposible, compuesta bajo la direccion de Lalo Schifrin. Un tema que tuvo un destino cruel al ser relacionado inmediatamente con el inefable personaje de Tom Cruise.

La participación de Carol Kaye como música de sesión en la escena de Los Ángeles iría descendiendo lentamente a causa de una artritis. Además, un accidente automovilístico a comienzo de los años setenta acentuaría esta condición hasta el punto de que para el año 1976 Carol se encontraba fuera del negocio. Sin embargo, el amplio conocimiento musical que poseía la llevo a editar un libro titulado How To Play The Electric Bass, el primero de muchos libros que publicaría en los años posteriores. Gente como Jaco Pastorius, John Paul Jones, Sting o Mike Porcaro confesarían a lo largo de los años la influencia de Carol Kaye en sus estilos. Esto sin contar a cientos de músicos que de alguna forma u otra adquirieron las técnicas de Carol escuchando inconscientemente aquellos viejos hits de los años sesentas.

Desde que la bajista participó en su primera grabación en el año 1957 hasta mediados de los años setenta, Carol contaba en su haber más de diez mil sesiones realizadas. Una cifra inabarcable para cualquier músico. Dos décadas en la que abarcó todos los estilos musicales que se desarrollaron en ese período. Desde el jazz en la costa oeste, pasando por el pop adolescente de fines de los años cincuenta, hasta llegar a participar en álbumes tan vanguardistas como Freak Out! de Frank Zappa. Carol absorbió varios estilos y supo adaptarse a cada uno de ellos sin que le tiemble el pulso.

Desde el anonimato y la discreción, la bajista supo ganarse un lugar importante en la historia de la música, creando formas extraordinarias que fueron plagiadas por decenas de músicos y que fueron digeridas por el público en miles de momentos, sin saber que detrás de todas esas canciones maravillosas y esas bandas sonoras tan pegadizas se encontraba una pequeña rubia con gafas y un bajo fender, manteniendo el ritmo de toda una generación que aún suena tan bien como ayer.

Pd: Si aún tienen alguna duda del talento de Carol, escuchen esto. De nada.