Francia, siglo XVIII. Marianne (Noémie Merlant), es una artista que recibe el encargo de realizar un retrato de una joven que está a punto de casarse por conveniencia, llamada Heloise (Adèle Haenel). Sin embargo, la artista deberá hacer su trabajo en secreto y a escondidas, ya que Heloise tiene grandes dudas sobre el matrimonio y se niega a ser retratada. Lentamente, la dinámica entre ambas mujeres forjará una relación cargada de afecto e intensidad.
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En una de las escenas más importantes de Portrait of a Lady on Fire, Heloise, Marianne y Sophie (Luàna Bajrami) debaten sobre el mito de Orfeo y Eurídice mientras son iluminadas por la tenue luz de una fogata. Cada una de ellas tiene una visión diferente sobre el relato. Sophie afirma que Orfeo fue un estúpido por voltear y mirar a Eurídice. Heloise, quién tiene él tiene el libro en sus manos, dice que Orfeo no es un estúpido porque estaba loco de amor. Mientras que Marianne interpreta de otra manera, afirmando que quizás Orfeo haya decidido, en último momento, vivir con la memoria y el recuerdo de Eurídice para siempre. Con este simple recurso, la directora francesa Céline Sciamma sintetiza, en parte, la relación entre Marianne y Heloise. Una historia de amor, efímera e intensa que solo puede vivir en el estado intangible de sus recuerdos.
Portrait of a Lady on Fire es la cuarta película de Sciamma, directora cuyo trabajo está marcado por una fuerte visión feminista que no se deja llevar por el dogma ni el panfleto, pero que no deja de ser incisivo y contestatario. Ganadora del premio a mejor guion en el Festival de Cannes del año pasado, la película explora de manera intimista el universo burgués y femenino a finales del siglo XVIII. Época que se encontraba en los albores de grandes cambios sociales, pero también inalterados sobre instituciones puramente masculinas como el matrimonio, la religión y el arte.
En ese mundo de opresión masculina, Marianne es una artista que ha conseguido un extraño pedido en una isla alejada en la zona de Britania. La mujer debe realizar el retrato de una joven llamada Heloise, que está a punto de casarse en contra de su voluntad. Sin embargo, según las costumbres de la época, para que esto suceda, su prometido debe conocerla a través de un retrato suyo antes de tomar la decisión. Con conocimiento de este detalle, Heloise se niega a ser retratada. Marianne, con la difícil tarea de pintarla, engañará a Heloise haciendo pasar como una dama de compañía contratada por su madre. La pintora acompañará a Heloise en sus actividades cotidianas con el único fin de estudiarla y observarla para entregar su trabajo.
En esa premisa que parece aburrida, se esconde el primer detalle importante del film: la frustración de la condición femenina sujeta a los mandatos masculinos de la época. Heloise es una joven cuya toda su vida ha transcurrido en los conventos religiosos y que está condenada a casarse con un hombre que no conoce. Angustiada, con cierta tendencia a la melancolía y afectada por la repentina muerte de su hermana, Heloise es una misteriosa mujer que contiene una profunda tristeza que parece inalterable para su madre, que solo espera que su hija se case y formé una mejor vida. Sciamma se da su tiempo para presentar a este personaje, generando cierto suspense, pero cuando lo hace imprime tanta emoción que se transforma en una de las escenas más hermosas de la película.
Sin embargo, Marianne es lo opuesto a Heloise. La artista es independiente, heredera del talento de un padre al que no se le nombra, una mujer con gran sentido de la resiliencia y una capacidad de autosuficiencia que se puede apreciar en los primeros minutos de la película. Los pequeños diálogos, las miradas, las caminatas y la influencia de esa isla tan hermosa como opresiva, marcará el contraste entre ambos personajes.
Portrait of a Lady on Fire crea un universo netamente femenino. La presencia de los varones es nula y en las pocas escenas en que aparecen funcionan como un simple objeto decorativo. Sin embargo, en medio de ese mundo casi utópico donde las mujeres se reúnen a cantar a medianoche alrededor de una fogata en un acto de sororidad, la presencia de hombre es implícita y determina la vida de cada una de ellas. En ese aspecto, la isla cobra fuerza como un espacio de libertad donde las mujeres pueden dejarse por sus deseos, tomar sus propias decisiones y crear un mundo de autosuficiencia y descubrimiento mutuo. Para Sciamma, lo íntimo va ligado a lo político y bajo ese relato de amor pasajero, se desarrollan otros temas como el aborto o la desconstrucción del arte, basada en las convenciones masculinas.
La directora respeta a sus protagonistas y el tema que aborda. La película logra escapar de los lugares comunes y evita caer en ese peligro morboso: transformarse en un objeto de goce sexual que cosifique a las mujeres. En Portrait of a Lady on Fire lo físico es sútil y lo más explicito son las emociones que afloran involuntariamente en los gestos de cada una de las protagonistas. Sciamma no carga con culpa a ninguna de ellas. En la historia no hay un momento de vergüenza o pudor, ni mucho menos un juicio de valor. Tanto Marianne y Heloise, son conscientes de sus deseos y también del contexto en que se desarrolla su relación que lentamente va creciendo en intensidad durante todo el relato.
Céline Sciamma habla mucho más a través de la puesta en escena, del entorno y los elementos que componen la historia en sus hermosos planos que remite al propio tono pictórico y estético del relato en la gran fotografía de Claire Mathon, que ya hizo lo mismo en Atlantique de Mati Diop. En Portrait of a Lady on Fire el mundo interno de las protagonistas respira y ebulle a través del fuego, de la fuerza del mar y ese juego de miradas que se abre como un abismo de intensas emociones para dos mujeres que demuestran como el amor, a veces imposible, nace en los lugares más insospechados y en las circunstancias más opresivas. Transformando lo efímero en recuerdos que logran derrotar al tiempo.